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En el faro

¡Hola Albaricoques!
He retomado los relatos con StoryCubes y lo mejor de todo es que ¡lo he hecho en compañía! Con Julieta (os dejo su maravilloso blog linkado) hemos decidido intentar escribir cada mes un relato con lo que nos salga en los dados. En este caso hemos juntado los dados genéricos y los tres de clues. Más a bajo encontraréis las combinaciones que nos salieron para desarrollar el personaje y los tres actos de la historia (primera file planteamiento, segunda desarrollo y tercera desenlace).

Espero que disfrutéis leyendo los distintos resultados argumentales que hemos desarrollado cada una a partir de la misma combinación de los elementos que nos han dado los dados. Más adelante os dejo el link del relato de Julieta para que también lo podáis leer.

Dados de personaje

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Dados de historia

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· EN EL FARO · 

Alfred Kein estaba muy cansado. Se había despertado antes de su hora para poder celebrar su 83 cumpleaños con la gente del pueblo. Marian, la vecina con la que más trato tenía del pueblo, se había empeñado en que no podía pasar otro cumpleaños solo y que todos le irían a visitar y celebrarían una pequeña fiesta.
Eran las 20.00 y el suelo estaba lleno de confeti y cintas. Por suerte los vecinos se habían llevado las basuras y algunos restos de comida, pero Alfred no podía permitir que sus invitados hiciesen nada más.
Miró a su alrededor. Parecía mentira que ya llevase 50 años metido en ese faro. El joven alcalde siempre le recordaba como al cumplir los 80, le ofreció la jubilación, pero Alfred, muy contento con la vida que llevaba, intentó demostrarle que todavía estaba capacitado para seguir trabajando y que al fin y al cabo, ese faro era su hogar. No recordaba otra vida que no fuese dentro de esa singular construcción circular.

Se levantó de la mecedora y al acercarse a las escaleras que subían hasta los mandos de luz, se golpeó en la punta del pie. Parece mentira que lleve cincuenta años aquí metido y que esta vieja caja fuerte siga importunándome. Alfred se reía pensando en la de veces que había maldecido esa molesta caja fuerte y lo bonito que quedaba el mantel que le había tejido Marian para poder darle una segunda vida a ese cubo de hierro inútil.

Era invierno y pocos barcos pasaban por la ruta que controlaba su faro. En verano, en cambio, recordaba el incesante paso de grandes embarcaciones que mareaban a los turistas aquí y allá así que, por lo general, Alfred estaba muy tranquilo. Tan tranquilo que la noche de su ochenta y tres cumpleaños Alfred notó cómo los ojos se le iban cerrando, sumiéndose en un tranquilo y profundo sueño frente a las vistas que la inmensidad del mar le proporcionaba.

ÑÑÑÑÑÑIIIIIIIIIIIEEEEEEEEEE

-¿Qué está pasando? ¿Quién anda ahí?- grito Alfred en todas direcciones con los ojos todavía pegados.
Miró a su alrededor con un puño alzado y descubrió que el ruido que le había despertado no era más que la luz giratoria del faro atascándose en su propio eje. Ya había pasado otras veces, pero el ruido no dejaba de ser perturbador.
Bajó sin prisas la escalera de caracol hasta llegar a la base del faro donde guardaba todas las herramientas y se cargó a las espaldas una vieja palanca algo oxidada por la proximidad al mar. Una vez llegó al origen del problema, colocó la palanca, le dio un leve empujón ¡et voila! La gran luz guía siguió su movimiento giratorio. Cuando Alfred fue a desencallar la palanca, se le resbaló de las manos y cayó propulsada por el hueco de la escalera. El ruido resonó por las paredes del faro haciéndolo vibrar. El viejo farero se vio obligado a bajar para ver los imperfectos causados por su lentitud de reflejos.

Al llegar abajo, Alfred no daba crédito. ¡La condenada caja fuerte se ha abierto! Dejó la palanca apoyada en la pared circular y apartó el mantel, ahora sucio y magullado.
Alfred llevaba años soñando con el contenido de la caja fuerte, en las noches en las que el mar estaba más en calma, se entretenía pensando en las cosas más remotas: Mapas de rutas comerciales, primeras ediciones de poetas olvidados, Ron añejo… No podía imaginar que después de 50 años de elucubraciones dementes y soñadoras por fin fuese a ver qué encarcelaban las gruesas paredes de metal.

Al asomarse la primera vez, no consiguió ver gran cosa, así que, imprudente, metió la mano hasta el fondo y solo sintió la fría pared del final de la caja. Rebuscó entre los cajones más cercanos y encontró un pequeño frontal que en alguna noche de temporal le había sido de mucha utilidad. Lo encendió y vio que en la caja solo había una fina carpeta roída por los años de abandono en el interior de la caja fuerte. Alfred la sacó con la mayor delicadeza posible. La tendió encima de la mesa que tenía más a mano y acercó la mecedora que quedaba en un rincón. Se quedó observándola unos minutos. Por fin iba a saciar todas sus inquietudes e incógnitas. Únicamente con dos dedos, abrió la carpeta y dentro se encontró con algo de lo más sorprendente y remoto. Un árbol genealógico escrito con una letra casi ininteligible.
Alfred afinó la vista y empezó a observar todos los detalles de arriba abajo. Parecía escrito de forma rápida aunque con mucha precisión. Empezó a bajar generación tras generación hasta que llegó al último enlace: Mark y Federica. Nada más. Alfred, a sus 83 años de edad no había perdido ni pizca de curiosidad. A veces incluso se quedaba fascinado de las sorpresas que un faro, donde llevaba 50 años viviendo, le daba. Así que, después de volver a revisar el árbol genealógico varias veces de arriba abajo de abajo a arriba, todos aquellos nombres ya le eran familiares e incluso tenía la sensación de que sabía quiénes eran. Jugó incluso a ponerles cara: seguro que Gertrudis tenía un humor de perros y Bernard un bonachón con un frondoso bigote bajo su nariz. Y con ese juego, Alfred fue volviendo a caer en un sueño de lo más profundo dejando caer la hoja que había encontrado en el suelo.

A la mañana siguiente, se despertó con dolores en el cuello debido a la posición en la que se había quedado dormido en la mecedora. Intentó quitarse las contracturas con unos bruscos movimientos de cuello y subió a apagar la luz del faro.
Mientras bajaba por las escaleras vio todo el suelo lleno de papelitos de colores y recordó la fiesta del día anterior. No había estado tan mal como esperaba. La verdad es que Marian había sido encantadora organizándolo todo. Más tarde iría a agradecérselo.
Se dispuso a recoger el controlado desastre con su viaja escoba y, al barrer bajo la cama arrastró, con un montón de confetis, un viejo papel. Se agachó con dificultades a recogerlo y, como había hecho la noche anterior volvió a mirarlo de arriba abajo. “¡El bendito árbol genealógico! El sueño me ha debido de dejar aturdido, casi se me olvida”. Dejó lo que estaba haciendo, se puso su mullida cazadora azul y salió del faro.
Cruzó todo el pueblo hasta el ayuntamiento. Por suerte el faro y el ayuntamiento, a pesar de estar en extremos opuestos del pueblo, los une la calle principal en línea recta así que Alfred se presentó con pocas dificultades en el mostrador. Con el árbol genealógico en la mano, le dijo a Kassi, la ayudante del alcalde, que si podía buscar en los registros del pueblo si algún nombre coincidía con los que aparecían en aquella vieja hoja.
Kassi, con una sonrisa de lo más afable y tierna se levantó de su silla y cruzando al otro lado del mostrador, posó una mano en el hombro de Alfred y le acompañó a una de las viejas sillas del recibidor del despacho del alcalde.
– Ahora mismo vengo Alfred, no te muevas de aquí que no tardo ni un segundo ¡ya sabes que, con los pocos que somos en el pueblo, mucho no me costará encontrar lo que buscas!- Y con toda la gracia que pudo se fue pegando saltitos.

Al cabo de unos minutos, el alcalde se presentó frente a Alfred y tendiéndole la mano se sentó a su lado.
– ¿Qué tal su primer amanecer con 83 años… Alfred?- El viejo farero juraría ver tristeza en la mirada del alcalde.
– Poca novedad respecto al resto de mañanas, ya sabe, lo de siempre.
– ¿Y qué le ha traído hasta aquí esta mañana?- dijo esta vez con una tierna sonrisa.
Alfred le observó unos instantes. Miró a su alrededor. Aturdido, volvió a conectar con la mirada del alcalde que no le había quitado los ojos de encima.
– Pues la verdad…
En ese momento la presencia de Kassi cruzando la sala le hizo desconectar de la conversación y fijarse en la muchacha saltarina. Una vez esta hubo desaparecido a través de una puerta, prosiguió.
– No se lo va usted a creer señor alcalde ¿Recuerda aquella vieja caja fuerte? ¿Bajo la escalera de mi faro?
– ¿Cómo olvidarla? Alfred, será que no le ha dado dolores de cabeza. Y por favor, llámeme Gregor.
– Sí claro, como quiera Gregor. Pues bien, ayer estaba con los tejemanejes en el Faro, ya sabe, cosas de farero y de repente la caja fuerte se abrió, ¡no vea usted la sorpresa que me llevé! Dentro había una hoja de papel algo envejecida por el tiempo, figúrese, si yo ya he pasado 50 años de mi vida conviviendo con esa maldita caja fuerte más cerrada que la mano de un tacaño, ¡cuánto tiempo llevará esa hoja ahí metida!
– Y, cuénteme, ¿qué venía escrito en esa hoja que le ha traído hasta en ayuntamiento?
– Verá, he pensado que los registros que guardáis me podían ayudar con esta intriga que tengo y es que, dentro de la caja, había un larguísimo árbol genealógico, ¡como de diez o doce generaciones!
– ¡Fascinante! ¿Y ha reconocido usted a alguna de las personas que aparecen en ese árbol?
– No se creerá usted que en todos los enlaces únicamente aparecen los nombres de pila.
– Gregor.
– Sí, eso, Gregor, discúlpeme.
– ¿Qué le parece si, mientras Kassi rebusca en los archivos, usted me ayuda en un asunto?
– Mientras esté dentro de mis posibilidades, sabe que estoy a su servicio señor alcalde. Alfred, orgulloso de poder ser útil, se irguió, sacando pecho. Y Gregor, bajando la mirada con tristeza se levantó un instante y se sacó del bolsillo un guijarro del tamaño de una nuez y se lo tendió en la mano al farero.
– ¿Se podría acercar a casa de Marian y devolverle este fósil de mi parte?
– ¡Qué tejemanejes más extraños os traéis entre manos! Encantado, tenía previsto pasarme más adelante para agradecerle el cariño que le puso a la fiesta de ayer, así mato dos pájaros de un tiro.
El alcalde le puso la mano en el hombro y antes de retirarse abrazó al viejo farero. Alfred no quiso decirle nada ya que le había visto muy perturbado durante toda la conversación por algún motivo que le era remoto, así que decidió mostrar apoyo y con un par de firmes palmaditas en la espalda se despidió del alcalde y salió de camino a casa de la vecina.

Marian no vivía demasiado lejos del ayuntamiento, el pueblo en sí era muy pequeño pero aun así, las distancias cortas eran de agradecer para un octogenario como él. Llamó tres veces con los nudillos y mientras esperaba a que le abrieran vio que en la puerta había un faro tallado en madera. “¡Qué maravilla!” pensó Alfred pasando sus endurecidos dedos por cada detalle.
La puerta se abrió con decisión y Marian, llevándose la mano al pecho, mostró cara de sorpresa al ver a Alfred al otro lado.
– ¡Buenos días Marian! Hoy me traen hasta su puerta varios motivos- Dijo Alfred quitándose la gorra.
– No me digas Alfred, ¡qué sorpresa verte! Pasa, pasa, estaba haciendo café. ¿Te sigue gustando con miel?
Alfred, deslumbrado por la amabilidad de Marian, asintió y entró en la casa.
– Cuéntame viejo farero ¿Cuáles eran los motivos que te traen a visitar a una vieja como yo.
– No diga esas cosas Marian, ¡no hay mujer más fascinante y encantadora que tú en todo el pueblo!
Marian, con una tímida sonrisa bajó su mirada a la taza de café que tenía entre las manos y al levantar la vista tenía los ojos llorosos. Poco acostumbrada debe de estar a los elogios si las cordiales palabras de un viejo farero la emocionaban de tal forma. Así que sin darle más importancia, se centró y siguió con su misión.
– Antes de que se me olvide, quería agradecerte todo el cariño que pusiste en la celebración de mi cumpleaños, te estaré eternamente agradecido- Marian le sonrió y dejando la taza de café en una mesita, al lado, le puso una mano en la rodilla asintiendo. Alfred prosiguió, – también vengo en misión oficial ya que, el señor alcalde, mientras me arreglan unos asuntos, me ha hecho venir a entregarle este extraño guijarro en mano.
Alfred, con alguna dificultad, se sacó el guijarro del bolsillo del pantalón y lo desenvolvió del pañuelo que le había dado el alcalde mostrándoselo a su vecina con mirada perpleja.
Marian se levantó del sofá y cogiéndole primero las dos manos, donde el farero tenía el fósil, se disculpó:
– Perdona que me emocione por tu visita Alfred. Deja que vaya a buscar una cosa.

Tardó apenas un par de minutos en regresar con varios montones de papeles y de fotografías y las reservó en la mesita donde su café se estaba enfriando.
– No sabía que una piedrecita pudiese traer tanta historia-dijo el farero riéndose a carcajadas.
– Más de la que te puedes llegar a imaginar Alfred. Espero que estés cómodo en la butaca y que te hayas acabado el café.
Alfred reposó los brazos en la butaca y se decidió a escuchar la inquietante historia que había detrás del guijarro.

Marian, inclinándose hacia delante y mirando muy atentamente a Alfred, le explicó que su marido había partido hacía 50 años. Tuvo que dejarlos a ella y a su hijo por una enfermedad que le afectaba agresivamente la memoria. Marian le pidió que no la malinterpretara, ella sabía que él no tenía ninguna mala intención. Sabía que él no quería hacerles daño y que no tenía ningún tipo de culpa. Sabía también que, a pesar de dejarles solos jamás les iba a abandonar, les dijo que, a pesar de que sus recuerdos tal vez se nublasen hasta oscurecer los mejores momentos de su vida, él jamás los iba a dejar de querer. Es por eso que Gregor siempre ha guardado este guijarro. Se lo dio su padre antes de irse, para que se acordase de él, antes de aislarse en el faro de la costa.

Alfred se quedó callado. No entendía, ¿el faro? ¿su faro? ¿cómo había dicho que se llamaba su hijo? ¿Gregor? ¿de qué le sonaba ese nombre? La partida del marido de Marian coincide con su llegada al pueblo, por eso no debía saber nada de esta historia. Pero había cosas que no le cuadraban.
El flujo de sus pensamientos fue cortado por el ruido de la puerta abriéndose. Era el señor alcalde.
– ¿Lo sabe ya?-dijo el alcalde mirando a Marian. Marian redirigió la mirada del joven a Alfred esperando una respuesta- ¿Papá?- Insistió el alcalde mirándole a los ojos.

Era inevitable que Alfred se diese por aludido. ¿Papá? ¿Él? ¿Del alcalde?.
– ¿Alguien me puede explicar qué broma os traéis entre manos? Primero el árbol genealógico, después el guijarrito ese y ahora toda esta historia. No hagáis sufrir a un viejo como yo y haced el favor de contarme qué está pasando.

Marian retomó la palabra:
– Alfred, mi amor, perdona todos estos inconvenientes, no hemos encontrado la forma de hacerlo mejor. Una vez al mes, a veces incluso más, encuentras la forma de abrir esa vieja caja fuerte y, mira que me preocupé de taparla para ahorrarte tales disgustos, encuentras pistas que, tú mismo te vas dejando acerca de tu vida pasada, antes de, ya sabes, olvidarlo todo.
Cada vez es distinto, cada vez que sales de aquí, te vienen recuerdos de quién eras y rápidamente los anotas y los guardas en la caja fuerte y, como solo tú sabes cuál es la combinación, nadie puede evitarlo…
– Pero cómo puede ser eso cierto si yo…
– Papá, sé que es difícil de creer- le cortó Gregor- Mañana todo volverá a ser como antes, tú volverás a ser el solitario farero y nosotros la amable vecina y el joven alcalde. No queremos que te sientas mal, no te guardamos ningún rencor, al contrario, agradecemos que estés seguro en el faro, cerca de nosotros y que aceptes nuestros cuidados cuando te los ofrecemos. Hablo en nombre de los dos cuando te digo que ambos te queremos mucho y que, a pesar del dolor que nos ha causado a todos tu enfermedad, estamos muy agradecidos de poder tenerte con nosotros.

Alfred se levantó del sofá de golpe, el movimiento fue tan brusco que el viejo farero tuvo que volverse a sentar mareado. Miró a su alrededor esperando ver algo conocido. Detrás de Gregor localizó una mesa llena de marcos de distintos tamaños con fotografías. En una de ellas se vio a él abrazado a Marian con un niño muy pequeño al cuello… Estaban en la costa, cerca del faro. Era un día muy soleado por lo que casi todo el pueblo se encontraba allí. Eran jóvenes, muy jóvenes y no hacía mucho que se habían mudado a aquel pueblecito costero. Alguien les ofreció hacerles una foto, “para el periódico local” les dijo. Y, como si se cortase la película, no pudo recordar nada más. Todo se fundió en negro.

Alfred salió corriendo de aquella casa sin volver la mirada a las dos personas que le observaban con atención. No podía pensar con claridad. Se dirigió al faro para procesar todo lo que le habían dicho. Ni siquiera recordaba porqué había abandonado su fortificación en primer lugar.
Allí abrió todos los cajones, uno por uno. Cuando encontró un lápiz y un papel intentó dibujar la imagen que no podía quitarse de la cabeza. Él, Marian y un niño, juntos. Ni siquiera dibujó el faro, no lo creyó necesario.

Enfadado y frustrado consigo mismo por no poder recordar, arrugó el dibujo. Estaba sumido en un abismo del que no veía salida. ¿Cómo le podía haber hecho eso a su familia? ¿Quién era él? ¿Qué le pasaba? Estaba bloqueado.

En el pico más álgido de su indignación tiró la bola de papel en el interior de la caja fuerte y de un manotazo la cerró.

Se metió las manos en los bolsillos consternado. Notó un objeto desconocido en el bolsillo. Sacó las manos y en su palma vio un pequeño guijarro, del tamaño de una nuez, con lo que parecía que era la estructura de un escarabajo. ¿De dónde había salido eso?

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Os dejo también el link al relato de Julieta para que lo podáis leer.

Llevaba un mes pensando en Alfred antes de ponerme a escribir este relato y me encantó que me acompañara mientras pensaba su historia.
A ver si podemos mantener como mínimo una constancia mensual de estos relatos ya que he disfrutado mucho retomando la idea. Nunca se sabe hasta dónde nos pueden llevar los dibujos que aparecen en los dados y cada uno les atribuimos un significado distinto.

Espero que la hayáis disfrutado y lo dicho, ¡pronto más!

¡OS DESEO LAS MEJORES HISTORIAS ESCRITAS Y POR ESCRIBIR!

Romper el huevo I

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Miguel tenia seis años, le encantaba la historia, comer anacardos y tenia muy interiorizado que había salido de un huevo. Es normal, ¿no? que un niño que no ha recibido ningún tipo de educación sexual haga suya la única versión sobre el nacimiento que les ofrecen nos dibujos animados, romper el cascarón del huevo para salir.

Le había dado tantas vueltas al momento en que rompió la cáscara para salir al mundo que se había transformado en un recuerdo. Le encantaba contarle a su madre el momento en que el empezó a verla a través de la cáscara, “como cuando jugamos a hacer sombras en la pared con papa” visualizaba. Lo más curioso de todo es que el relata el recuerdo de romper al cascarón con mucha energía, con muchas ganas de nacer y de ver que había más allá de esa pequeña habitación ovalada en la que, según él, esperó para ver a sus padres.

Sus padres, como es normal, no se habían atrevido a contradecirle, ya llegaría el complicado día en que le tuviesen que explicar, realmente como nace un niño, pero de momento, a sus seis años, guarda cierta ternura que crea haber nacido así.

Una día, leyendo un cuento al lado de su padre, desvió la vista hacia el periódico que este sostenía. En una de las páginas había una imagen de un huevo muy grande, un poco quebrado y con un gran mensaje sobre él: “El nacimiento de la vida en la tierra”, luego había más datos que le resultaban poco interesantes para sus fascinados ojos y el nombre del Museo de Historia Natural de su ciudad.

-Papá, papá, ¿Va a nacer un niño en el museo?

-¿Por qué lo preguntas Migui? – Preguntó su padre, desorientado después de que des abstraerse de las noticias de actualidad.

-En esa página hay un huevo muy grande, y habla sobre el nacimiento de la vida, ¿va a nacer un niño igual que yo?, ¿podemos ir?

-¡Ah! ¡Te refieres a la exposición de arqueología que el museo va a ofrecer este octubre!- Miguel le seguía mirando esperando una respuesta afirmativa.- Cada año organizan visitas guiadas para los alumnos de los colegios de la ciudad, creo que por curso, te toca el año que viene. Pero ese huevo, el de la foto, es un huevo de dinosaurio, no de niño, de ahí que tenga estas marcas en la superficie.

Los esfuerzos de los padres de Miguel para mantener la ilusión que tenía en haber nacido de un huevo, llegaban a límites peligrosos. Habían tenido muchas discusiones en cómo se lo tenían que decir y lo más importante, cuándo. Preocupados por las elaboradas descripciones de su hijo sobre sus meses dentro del huevo y las ganas que el recuerda que tenía por salir, sus padres habían hablado con profesores y profesionales para que les ayudasen a poder guiar a su hijo en su fantasía. Pero cuando hacían el intento de decirle la verdad, veían la sonrisa despreocupada y feliz de Miguel y creían que podían permitirle soñar un poco más.

En el colegio, Miguel, no llamaba mucho la atención, era un niño más. Le gustaba jugar con sus amigos, le costaba comerse las lentejas y le encantaban las clases de ciencias naturales e historia. Esto se daba a que eran las asignaturas que le daban pie a subirse a las nubes y a no bajar de ahí hasta que su madre le llamase a cenar. La evolución del ser humano, las batallas, los reyes, la jerarquía del reino animal… le apasionaba. Los días que volvía a casa después de tener cualquiera de esas dos asignaturas, se plantaba delante del primero que pillase, ya sea a su padre quitando los platos del día anterior del lavavajillas o a su madre colocando la compra. Miguel se plantaba en medio de la habitación y la llenaba con todas las historias y desencuentros que había aprendido ese día en clase. A sus padres les encantaba ver lo mucho que disfrutaba en el colegio y recordarles todo aquello que un día ellos también estudiaron. Pero sin duda alguna, lo que más disfrutaban era ver como Miguel le añadía un punto personal a todas sus historias, era el momento en que ellos veían como Miguel se cogía a una nube y se dejaba llevar entre todas las aventuras que se mezclaban en su cabeza castaña.

Un día, Miguel llegó con un sobre cerrado a casa y aunque no lo abrió, el niño pegaba saltitos de excitación y con leves chillidos le pidió a su padre que abriese la carta. Cuando la cogió, entendió al instante la exaltación del niño, había reconocido el logotipo del Museo de Historia Nacional del anuncio que vieron semanas atrás.

– ¿Qué pone?, ¿Puedo ir?, Me dijiste que los de mi curso iríamos el año que viene.

Su padre abrió la carta tranquilamente para no colaborar con la histeria de su hijo, como si no supiese de que se tratase. Miró al reloj y se dio cuenta que su mujer no tardaría mucho en llegar. Tendrían que volver a considerar contarle a Miguel el tema del huevo…

-¡Qué ilusión Miguel! Parece que vais a hacer una excursión la semana que viene al Museo de Historia Natural a ver la exposición de los dinosaurios. – Dijo su padre intentando esconder la preocupación latente que le rondaba la cabeza.

-¿Crees que podré tocar el huevo? Me traería tantos recuerdos…

En ese momento, su madre entró por la puerta. Vio que su entrada en escena había cortado una frase a su marido. Se quedó expectante a ver como avanzaba la situación.

– Cariño, no os van a dejar tocar el huevo, seguramente estará en una vitrina de cristal o detrás de unos cordones de seguridad. Piensa que son cosas muy antiguas y si todos las tocásemos se estropearían y los niños de otros cursos no podrían ir a la exposición el año que viene- Dijo su padre mirando fijamente a su mujer con mirada de auxilio.

Parecía que por el momento Miguel se había dado por satisfecho y se fue corriendo a su habitación.

-La semana que viene van con el colegio al Museo de Historia Natural y seguro que sacará el tema del huevo, hasta ahora no hemos tenido problemas pero, ¿Crees que podemos seguir alargando esa fantasia?- Se le notaba la preocupación en cada palabra que pronunciaba.

-¿No crees que estamos exagerando un poco la situación? Es solo un niño, no creo que pueda tener ninguna consecuencia negativa en que crea en su fantasía, ya sabes como es, vive en las nubes. Ya llegará el momento en el que esté preparado para entenderlo mejor.

Pasaron los días sin que el conflicto volviese a salir a reducir. A medida que se acercaba el día de ir al museo, Miguel estaba más contento y nervioso. Incluso rebuscó entre periódicos antiguos apilados en la cocina para buscar el anuncio de la exposición y se lo colgó cerca de la mesita de noche. Antes de irse a dormir miraba la imagen del huevo. Su mirada transmitía familiaridad, no asombro. No era algo novedoso para el ese huevo, lo miraba como aquel que mira por la ventana antes de aterrizar en su ciudad natal, con esa mirada que dice: «Ya llego a casa».

Cuando el esperado día llegó todo parecía normal, Miguel se despertó, se puso sus zapatillas acolchadas y coloridas y de un salto fue a la cocina donde le esperaban sus cereales de chocolate en un cuenco de leche. Miguel es de los pocos niños a los que les gustan los cereales muy blanditos, así que su madre se los deja em remojo mientras el niño se despierta. Aunque su madre insistiese en que no se los comiese con ansias, Miguel arrasó el bol con los esponjosos aros chocolateados.

Se enfundó con su mochila y salió contento por la puerta de la mano de su padre. Esperando al autobús, su padre miró a Miguel con una mezcla de preocupación y de ilusión al ver a su hijo tan entusiasmado. El bus no tardó en llegar y Miguel se subió de un salto despidiéndose de su padre con la mano.

Los autobuses de colegio parecen todos iguales, niños sentados en sus sitios, algunos se quedan dormidos por el peso de la mañana, otros juegan con algún muñeco que se habrán traído de casa, las niñas admiran las trenzas de sus compañeras. Existe un murmullo por lo general que en un autobús lleno de adultos, a esas horas de la mañana, no se daría.
Una vez en el colegio, se reunieron todas las clases del curso de Miguel para recoger las autorizaciones y volverse a subir al autobús que les llevaría al museo.

El viaje se le hizo muy largo a Miguel. Su colegio se situaba a las afueras de la ciudad y el museo estaba en un una zona céntrica de la ciudad, aunque eso Miguel, con sus seis años, no era consciente. Todos los niños bajaron en fila, de uno en uno, del autobús y se esperaron al lado de una señal que ponía: 63 Museo. Esa señal le era familiar a Miguel, pero la emoción y los nervios de entrar a ver el huevo hicieron que no le diese mayor importancia.

Nunca había estado en un museo y en lo primero en lo que se fijó es en los altos e infinitos techos que les separaban del cielo. Casi no se veía dónde acababa porque las luces colgantes creaban un efecto de oscuridad al mirar para arriba. Había mucho espacio a su alrededor

Y nada más entrar, delante de la mirada perpleja de todos sus compañeros, ahí estaba, el mismo huevo quebrado que tenía en el recorte de su habitación, aunque esta vez, detrás de un cubo de cristal.

-Atentos chicos, ¿alguien me sabe decir qué es esto?- Dijo el profesor señalando al huevo.

Después de una molesta pero recurrente masa de gritos, alguien aprovecho un silenció y grito: «¡Un huevo de dinosaurio!».

-¡Muy bien!- Siguió el profesor.-¿Qué otros seres vivos nacen de un huevo?.

Vuelta a la masa de ruido, esta vez compitiendo con gritos dispares:

-¡La gallina!- Dijo el más chillón.
-¡La serpiente!- gritó uno alargando la s imitando dicho animal.
-¡Los niños!- Dijo, seguro de si mismo, Miguel.

El silenció inundó la sala por unos segundos, su profesor le miraba sin haber entendido lo que había dicho, «¿habrá entendido Miguel la pregunta?» pensó. Al instante los niños se pusieron a reír y a señalar a Miguel que en ese momento se desvaneció la segura sonrisa que vestía su cara.

Quiso huir, quiso refugiarse en cualquier recoveco que encontrase en su camino. Quiso alejarse de todo aquel grupo de niños que parecía no haber entendido nada. Miró a su alrededor, a ver cuál era la vía de escape más segura para no toparse con nada y entonces se cruzó con la mirada de su profesor que seguía mirándole sin entender que había pasado. Miguel encontró en esa mirada el espacio que necesitaba para sentirse seguro, así que se acercó a él y aguantó las risas de sus compañeros que no duraron mucho más.

El resto del día pasó desapercibido, nadie le volvió a comentar a Miguel nada de su comentario delante del huevo pero él se pasó todo el día con las risas de sus compañeros en la cabeza.

Al llegar a casa, Miguel dejó su mochila donde la suele dejar cada día y se metió en su cuarto sin decir nada a sus padres. Sus padres, esperando que sus sospechas no se hubieran cumplido y que simplemente estuviese muy cansado, acudieron a su habitación. No era normal que Miguel no les cautivase con sus detalladas historias sobre su día y menos en un día que parecía tan importante para él.

-Miguel cariño, ¿qué tal el día en el museo?, ¿habéis aprendido mucho?- preguntó su madre con la voz algo quebrada por el miedo.
– Si hijo, ¿qué tal ha ido? ¿has visto el huevo?- Su padre tocó el punto más sensible de Miguel en ese momento y con una mirada de estar recordando algo, se levantó, cogió el recorte del periódico donde se anunciaba la exposición de los dinosaurios y la rompió en mil pedazos llorando a lagrima viva.

Miguel les contó lo ocurrido y lo peor de todo para sus padres, es que él no era consciente porqué se rieron. Cuando se lo explicaron despacio y con tacto, Miguel entró en shock. No entendía nada. Volvió a mirar a su alrededor en busca de un rincón donde esconderse, pero su habitación no era lo suficientemente grande y sus padres le hacían pantalla.

De repente, algo cambió en él, se puso a gritar a sus padres, no entendía como podía haber vivido tanto tiempo engañado, no acababa de comprender de dónde venían todos los recuerdos de su pre nacimiento, ¿estaba loco?, ¿había algo que no funcionaba bien en él?.

Al llegar la mañana de un nuevo día, Miguel metió sus cosas en la maleta, como cada día y se dirigió a la puerta de su casa, camino del autobús del colegio. En su lugar, cogió el autobús 63. Quería respuestas y estaba decidido a buscarlas en el lugar donde todo se destapó, el Museo de Historia Natural.

Continuará…

¿Story Cubes?

Estoy muy contenta de introducir esta sección como uno de los pilares para mi aprendizaje narrativo en el que me estoy embarcando.

Para los que no conozcáis Story Cubes, se trata de un juego de desarrollo creativo libre. El juego se basa en tirar 9 dados y a través de los dibujos que aparecen en las caras boca arriba desarrollar una historia. Puedes comprar packs de dados que le den un hilo argumental más concreto (crímenes, ciencia, fantasía, espacio…) o simplemente jugar con los packs clásicos.

Desde el momento en que fui consciente de su existencia, supe que algún día me serían de gran utilidad. Pues bien, el momento ya ha llegado y junto con mi propósito de crear una constancia en este blog y sobre todo, comprometida con mi formación narrativa, he decidido que cada semana tiraré los dados y escribiré una historia en la que se vean representados los elementos que hayan salido al azar.

Adoro que cada persona que se plante ante el mismo resultado, verá un hilo argumental distinto, interpretará los dibujos dependiendo de lo que tenga en la cabeza y verá combinaciones infinitas.
Algunas veces, interpretaré el dibujo del dado de una forma más literal y otras el dibujo, simplemente me servirá para llegar a otras ideas que puedan encajar con la historia que voy desarrollando a lo largo de la semana.
Creo que puede ser un gran ejercicio para explorar la creación de personajes, de distintos hilos argumentales, coquetear con diversos narradores, puntos de vista y escenarios.

Voy a incluir una imagen de las caras de los dados que estoy utilizando en cada historia para que podáis ir reconociendo los distintos elementos a medida que van apareciendo y que me comentéis si vosotros hubieseis interpretado y expuesto un elemento de otro modo.

Ya iré viendo como voy publicando los relatos, algunos pueden ser cortos y otros los desarrollaré en distintas entradas. Si algunas historias me inspiran, seguramente las iré evolucionando a medida que encuentre el camino, sin necesidad de los dados. ¡Todo se irá viendo!

Este experimento lo empezaré con el pack de Voyages e iré aumentando la gama según vea la necesidad, ¡A disfrutar!

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