¡Hola Albaricoques!
He retomado los relatos con StoryCubes y lo mejor de todo es que ¡lo he hecho en compañía! Con Julieta (os dejo su maravilloso blog linkado) hemos decidido intentar escribir cada mes un relato con lo que nos salga en los dados. En este caso hemos juntado los dados genéricos y los tres de clues. Más a bajo encontraréis las combinaciones que nos salieron para desarrollar el personaje y los tres actos de la historia (primera file planteamiento, segunda desarrollo y tercera desenlace).
Espero que disfrutéis leyendo los distintos resultados argumentales que hemos desarrollado cada una a partir de la misma combinación de los elementos que nos han dado los dados. Más adelante os dejo el link del relato de Julieta para que también lo podáis leer.
Dados de personaje
Dados de historia
· EN EL FARO ·
Alfred Kein estaba muy cansado. Se había despertado antes de su hora para poder celebrar su 83 cumpleaños con la gente del pueblo. Marian, la vecina con la que más trato tenía del pueblo, se había empeñado en que no podía pasar otro cumpleaños solo y que todos le irían a visitar y celebrarían una pequeña fiesta.
Eran las 20.00 y el suelo estaba lleno de confeti y cintas. Por suerte los vecinos se habían llevado las basuras y algunos restos de comida, pero Alfred no podía permitir que sus invitados hiciesen nada más.
Miró a su alrededor. Parecía mentira que ya llevase 50 años metido en ese faro. El joven alcalde siempre le recordaba como al cumplir los 80, le ofreció la jubilación, pero Alfred, muy contento con la vida que llevaba, intentó demostrarle que todavía estaba capacitado para seguir trabajando y que al fin y al cabo, ese faro era su hogar. No recordaba otra vida que no fuese dentro de esa singular construcción circular.
Se levantó de la mecedora y al acercarse a las escaleras que subían hasta los mandos de luz, se golpeó en la punta del pie. Parece mentira que lleve cincuenta años aquí metido y que esta vieja caja fuerte siga importunándome. Alfred se reía pensando en la de veces que había maldecido esa molesta caja fuerte y lo bonito que quedaba el mantel que le había tejido Marian para poder darle una segunda vida a ese cubo de hierro inútil.
Era invierno y pocos barcos pasaban por la ruta que controlaba su faro. En verano, en cambio, recordaba el incesante paso de grandes embarcaciones que mareaban a los turistas aquí y allá así que, por lo general, Alfred estaba muy tranquilo. Tan tranquilo que la noche de su ochenta y tres cumpleaños Alfred notó cómo los ojos se le iban cerrando, sumiéndose en un tranquilo y profundo sueño frente a las vistas que la inmensidad del mar le proporcionaba.
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-¿Qué está pasando? ¿Quién anda ahí?- grito Alfred en todas direcciones con los ojos todavía pegados.
Miró a su alrededor con un puño alzado y descubrió que el ruido que le había despertado no era más que la luz giratoria del faro atascándose en su propio eje. Ya había pasado otras veces, pero el ruido no dejaba de ser perturbador.
Bajó sin prisas la escalera de caracol hasta llegar a la base del faro donde guardaba todas las herramientas y se cargó a las espaldas una vieja palanca algo oxidada por la proximidad al mar. Una vez llegó al origen del problema, colocó la palanca, le dio un leve empujón ¡et voila! La gran luz guía siguió su movimiento giratorio. Cuando Alfred fue a desencallar la palanca, se le resbaló de las manos y cayó propulsada por el hueco de la escalera. El ruido resonó por las paredes del faro haciéndolo vibrar. El viejo farero se vio obligado a bajar para ver los imperfectos causados por su lentitud de reflejos.
Al llegar abajo, Alfred no daba crédito. ¡La condenada caja fuerte se ha abierto! Dejó la palanca apoyada en la pared circular y apartó el mantel, ahora sucio y magullado.
Alfred llevaba años soñando con el contenido de la caja fuerte, en las noches en las que el mar estaba más en calma, se entretenía pensando en las cosas más remotas: Mapas de rutas comerciales, primeras ediciones de poetas olvidados, Ron añejo… No podía imaginar que después de 50 años de elucubraciones dementes y soñadoras por fin fuese a ver qué encarcelaban las gruesas paredes de metal.
Al asomarse la primera vez, no consiguió ver gran cosa, así que, imprudente, metió la mano hasta el fondo y solo sintió la fría pared del final de la caja. Rebuscó entre los cajones más cercanos y encontró un pequeño frontal que en alguna noche de temporal le había sido de mucha utilidad. Lo encendió y vio que en la caja solo había una fina carpeta roída por los años de abandono en el interior de la caja fuerte. Alfred la sacó con la mayor delicadeza posible. La tendió encima de la mesa que tenía más a mano y acercó la mecedora que quedaba en un rincón. Se quedó observándola unos minutos. Por fin iba a saciar todas sus inquietudes e incógnitas. Únicamente con dos dedos, abrió la carpeta y dentro se encontró con algo de lo más sorprendente y remoto. Un árbol genealógico escrito con una letra casi ininteligible.
Alfred afinó la vista y empezó a observar todos los detalles de arriba abajo. Parecía escrito de forma rápida aunque con mucha precisión. Empezó a bajar generación tras generación hasta que llegó al último enlace: Mark y Federica. Nada más. Alfred, a sus 83 años de edad no había perdido ni pizca de curiosidad. A veces incluso se quedaba fascinado de las sorpresas que un faro, donde llevaba 50 años viviendo, le daba. Así que, después de volver a revisar el árbol genealógico varias veces de arriba abajo de abajo a arriba, todos aquellos nombres ya le eran familiares e incluso tenía la sensación de que sabía quiénes eran. Jugó incluso a ponerles cara: seguro que Gertrudis tenía un humor de perros y Bernard un bonachón con un frondoso bigote bajo su nariz. Y con ese juego, Alfred fue volviendo a caer en un sueño de lo más profundo dejando caer la hoja que había encontrado en el suelo.
A la mañana siguiente, se despertó con dolores en el cuello debido a la posición en la que se había quedado dormido en la mecedora. Intentó quitarse las contracturas con unos bruscos movimientos de cuello y subió a apagar la luz del faro.
Mientras bajaba por las escaleras vio todo el suelo lleno de papelitos de colores y recordó la fiesta del día anterior. No había estado tan mal como esperaba. La verdad es que Marian había sido encantadora organizándolo todo. Más tarde iría a agradecérselo.
Se dispuso a recoger el controlado desastre con su viaja escoba y, al barrer bajo la cama arrastró, con un montón de confetis, un viejo papel. Se agachó con dificultades a recogerlo y, como había hecho la noche anterior volvió a mirarlo de arriba abajo. “¡El bendito árbol genealógico! El sueño me ha debido de dejar aturdido, casi se me olvida”. Dejó lo que estaba haciendo, se puso su mullida cazadora azul y salió del faro.
Cruzó todo el pueblo hasta el ayuntamiento. Por suerte el faro y el ayuntamiento, a pesar de estar en extremos opuestos del pueblo, los une la calle principal en línea recta así que Alfred se presentó con pocas dificultades en el mostrador. Con el árbol genealógico en la mano, le dijo a Kassi, la ayudante del alcalde, que si podía buscar en los registros del pueblo si algún nombre coincidía con los que aparecían en aquella vieja hoja.
Kassi, con una sonrisa de lo más afable y tierna se levantó de su silla y cruzando al otro lado del mostrador, posó una mano en el hombro de Alfred y le acompañó a una de las viejas sillas del recibidor del despacho del alcalde.
– Ahora mismo vengo Alfred, no te muevas de aquí que no tardo ni un segundo ¡ya sabes que, con los pocos que somos en el pueblo, mucho no me costará encontrar lo que buscas!- Y con toda la gracia que pudo se fue pegando saltitos.
Al cabo de unos minutos, el alcalde se presentó frente a Alfred y tendiéndole la mano se sentó a su lado.
– ¿Qué tal su primer amanecer con 83 años… Alfred?- El viejo farero juraría ver tristeza en la mirada del alcalde.
– Poca novedad respecto al resto de mañanas, ya sabe, lo de siempre.
– ¿Y qué le ha traído hasta aquí esta mañana?- dijo esta vez con una tierna sonrisa.
Alfred le observó unos instantes. Miró a su alrededor. Aturdido, volvió a conectar con la mirada del alcalde que no le había quitado los ojos de encima.
– Pues la verdad…
En ese momento la presencia de Kassi cruzando la sala le hizo desconectar de la conversación y fijarse en la muchacha saltarina. Una vez esta hubo desaparecido a través de una puerta, prosiguió.
– No se lo va usted a creer señor alcalde ¿Recuerda aquella vieja caja fuerte? ¿Bajo la escalera de mi faro?
– ¿Cómo olvidarla? Alfred, será que no le ha dado dolores de cabeza. Y por favor, llámeme Gregor.
– Sí claro, como quiera Gregor. Pues bien, ayer estaba con los tejemanejes en el Faro, ya sabe, cosas de farero y de repente la caja fuerte se abrió, ¡no vea usted la sorpresa que me llevé! Dentro había una hoja de papel algo envejecida por el tiempo, figúrese, si yo ya he pasado 50 años de mi vida conviviendo con esa maldita caja fuerte más cerrada que la mano de un tacaño, ¡cuánto tiempo llevará esa hoja ahí metida!
– Y, cuénteme, ¿qué venía escrito en esa hoja que le ha traído hasta en ayuntamiento?
– Verá, he pensado que los registros que guardáis me podían ayudar con esta intriga que tengo y es que, dentro de la caja, había un larguísimo árbol genealógico, ¡como de diez o doce generaciones!
– ¡Fascinante! ¿Y ha reconocido usted a alguna de las personas que aparecen en ese árbol?
– No se creerá usted que en todos los enlaces únicamente aparecen los nombres de pila.
– Gregor.
– Sí, eso, Gregor, discúlpeme.
– ¿Qué le parece si, mientras Kassi rebusca en los archivos, usted me ayuda en un asunto?
– Mientras esté dentro de mis posibilidades, sabe que estoy a su servicio señor alcalde. Alfred, orgulloso de poder ser útil, se irguió, sacando pecho. Y Gregor, bajando la mirada con tristeza se levantó un instante y se sacó del bolsillo un guijarro del tamaño de una nuez y se lo tendió en la mano al farero.
– ¿Se podría acercar a casa de Marian y devolverle este fósil de mi parte?
– ¡Qué tejemanejes más extraños os traéis entre manos! Encantado, tenía previsto pasarme más adelante para agradecerle el cariño que le puso a la fiesta de ayer, así mato dos pájaros de un tiro.
El alcalde le puso la mano en el hombro y antes de retirarse abrazó al viejo farero. Alfred no quiso decirle nada ya que le había visto muy perturbado durante toda la conversación por algún motivo que le era remoto, así que decidió mostrar apoyo y con un par de firmes palmaditas en la espalda se despidió del alcalde y salió de camino a casa de la vecina.
Marian no vivía demasiado lejos del ayuntamiento, el pueblo en sí era muy pequeño pero aun así, las distancias cortas eran de agradecer para un octogenario como él. Llamó tres veces con los nudillos y mientras esperaba a que le abrieran vio que en la puerta había un faro tallado en madera. “¡Qué maravilla!” pensó Alfred pasando sus endurecidos dedos por cada detalle.
La puerta se abrió con decisión y Marian, llevándose la mano al pecho, mostró cara de sorpresa al ver a Alfred al otro lado.
– ¡Buenos días Marian! Hoy me traen hasta su puerta varios motivos- Dijo Alfred quitándose la gorra.
– No me digas Alfred, ¡qué sorpresa verte! Pasa, pasa, estaba haciendo café. ¿Te sigue gustando con miel?
Alfred, deslumbrado por la amabilidad de Marian, asintió y entró en la casa.
– Cuéntame viejo farero ¿Cuáles eran los motivos que te traen a visitar a una vieja como yo.
– No diga esas cosas Marian, ¡no hay mujer más fascinante y encantadora que tú en todo el pueblo!
Marian, con una tímida sonrisa bajó su mirada a la taza de café que tenía entre las manos y al levantar la vista tenía los ojos llorosos. Poco acostumbrada debe de estar a los elogios si las cordiales palabras de un viejo farero la emocionaban de tal forma. Así que sin darle más importancia, se centró y siguió con su misión.
– Antes de que se me olvide, quería agradecerte todo el cariño que pusiste en la celebración de mi cumpleaños, te estaré eternamente agradecido- Marian le sonrió y dejando la taza de café en una mesita, al lado, le puso una mano en la rodilla asintiendo. Alfred prosiguió, – también vengo en misión oficial ya que, el señor alcalde, mientras me arreglan unos asuntos, me ha hecho venir a entregarle este extraño guijarro en mano.
Alfred, con alguna dificultad, se sacó el guijarro del bolsillo del pantalón y lo desenvolvió del pañuelo que le había dado el alcalde mostrándoselo a su vecina con mirada perpleja.
Marian se levantó del sofá y cogiéndole primero las dos manos, donde el farero tenía el fósil, se disculpó:
– Perdona que me emocione por tu visita Alfred. Deja que vaya a buscar una cosa.
Tardó apenas un par de minutos en regresar con varios montones de papeles y de fotografías y las reservó en la mesita donde su café se estaba enfriando.
– No sabía que una piedrecita pudiese traer tanta historia-dijo el farero riéndose a carcajadas.
– Más de la que te puedes llegar a imaginar Alfred. Espero que estés cómodo en la butaca y que te hayas acabado el café.
Alfred reposó los brazos en la butaca y se decidió a escuchar la inquietante historia que había detrás del guijarro.
Marian, inclinándose hacia delante y mirando muy atentamente a Alfred, le explicó que su marido había partido hacía 50 años. Tuvo que dejarlos a ella y a su hijo por una enfermedad que le afectaba agresivamente la memoria. Marian le pidió que no la malinterpretara, ella sabía que él no tenía ninguna mala intención. Sabía que él no quería hacerles daño y que no tenía ningún tipo de culpa. Sabía también que, a pesar de dejarles solos jamás les iba a abandonar, les dijo que, a pesar de que sus recuerdos tal vez se nublasen hasta oscurecer los mejores momentos de su vida, él jamás los iba a dejar de querer. Es por eso que Gregor siempre ha guardado este guijarro. Se lo dio su padre antes de irse, para que se acordase de él, antes de aislarse en el faro de la costa.
Alfred se quedó callado. No entendía, ¿el faro? ¿su faro? ¿cómo había dicho que se llamaba su hijo? ¿Gregor? ¿de qué le sonaba ese nombre? La partida del marido de Marian coincide con su llegada al pueblo, por eso no debía saber nada de esta historia. Pero había cosas que no le cuadraban.
El flujo de sus pensamientos fue cortado por el ruido de la puerta abriéndose. Era el señor alcalde.
– ¿Lo sabe ya?-dijo el alcalde mirando a Marian. Marian redirigió la mirada del joven a Alfred esperando una respuesta- ¿Papá?- Insistió el alcalde mirándole a los ojos.
Era inevitable que Alfred se diese por aludido. ¿Papá? ¿Él? ¿Del alcalde?.
– ¿Alguien me puede explicar qué broma os traéis entre manos? Primero el árbol genealógico, después el guijarrito ese y ahora toda esta historia. No hagáis sufrir a un viejo como yo y haced el favor de contarme qué está pasando.
Marian retomó la palabra:
– Alfred, mi amor, perdona todos estos inconvenientes, no hemos encontrado la forma de hacerlo mejor. Una vez al mes, a veces incluso más, encuentras la forma de abrir esa vieja caja fuerte y, mira que me preocupé de taparla para ahorrarte tales disgustos, encuentras pistas que, tú mismo te vas dejando acerca de tu vida pasada, antes de, ya sabes, olvidarlo todo.
Cada vez es distinto, cada vez que sales de aquí, te vienen recuerdos de quién eras y rápidamente los anotas y los guardas en la caja fuerte y, como solo tú sabes cuál es la combinación, nadie puede evitarlo…
– Pero cómo puede ser eso cierto si yo…
– Papá, sé que es difícil de creer- le cortó Gregor- Mañana todo volverá a ser como antes, tú volverás a ser el solitario farero y nosotros la amable vecina y el joven alcalde. No queremos que te sientas mal, no te guardamos ningún rencor, al contrario, agradecemos que estés seguro en el faro, cerca de nosotros y que aceptes nuestros cuidados cuando te los ofrecemos. Hablo en nombre de los dos cuando te digo que ambos te queremos mucho y que, a pesar del dolor que nos ha causado a todos tu enfermedad, estamos muy agradecidos de poder tenerte con nosotros.
Alfred se levantó del sofá de golpe, el movimiento fue tan brusco que el viejo farero tuvo que volverse a sentar mareado. Miró a su alrededor esperando ver algo conocido. Detrás de Gregor localizó una mesa llena de marcos de distintos tamaños con fotografías. En una de ellas se vio a él abrazado a Marian con un niño muy pequeño al cuello… Estaban en la costa, cerca del faro. Era un día muy soleado por lo que casi todo el pueblo se encontraba allí. Eran jóvenes, muy jóvenes y no hacía mucho que se habían mudado a aquel pueblecito costero. Alguien les ofreció hacerles una foto, “para el periódico local” les dijo. Y, como si se cortase la película, no pudo recordar nada más. Todo se fundió en negro.
Alfred salió corriendo de aquella casa sin volver la mirada a las dos personas que le observaban con atención. No podía pensar con claridad. Se dirigió al faro para procesar todo lo que le habían dicho. Ni siquiera recordaba porqué había abandonado su fortificación en primer lugar.
Allí abrió todos los cajones, uno por uno. Cuando encontró un lápiz y un papel intentó dibujar la imagen que no podía quitarse de la cabeza. Él, Marian y un niño, juntos. Ni siquiera dibujó el faro, no lo creyó necesario.
Enfadado y frustrado consigo mismo por no poder recordar, arrugó el dibujo. Estaba sumido en un abismo del que no veía salida. ¿Cómo le podía haber hecho eso a su familia? ¿Quién era él? ¿Qué le pasaba? Estaba bloqueado.
En el pico más álgido de su indignación tiró la bola de papel en el interior de la caja fuerte y de un manotazo la cerró.
Se metió las manos en los bolsillos consternado. Notó un objeto desconocido en el bolsillo. Sacó las manos y en su palma vio un pequeño guijarro, del tamaño de una nuez, con lo que parecía que era la estructura de un escarabajo. ¿De dónde había salido eso?
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Os dejo también el link al relato de Julieta para que lo podáis leer.
Llevaba un mes pensando en Alfred antes de ponerme a escribir este relato y me encantó que me acompañara mientras pensaba su historia.
A ver si podemos mantener como mínimo una constancia mensual de estos relatos ya que he disfrutado mucho retomando la idea. Nunca se sabe hasta dónde nos pueden llevar los dibujos que aparecen en los dados y cada uno les atribuimos un significado distinto.
Espero que la hayáis disfrutado y lo dicho, ¡pronto más!
¡OS DESEO LAS MEJORES HISTORIAS ESCRITAS Y POR ESCRIBIR!